• Distancia: 22.4 km (18.5 km trail + 3.890 m aguas abiertas).
  • Número de segmentos: 18 runs y 17 swims.
  • Porcentaje de nadar: 17.4%
  • Tiempo en terminar: 4:21:01
  • Velocidad media: 12:12 /km
  • Número de esguinces: 2

Menuda aventura esta de hacer ÖTILLÖ. 🙂👍😂😭🤣

Cuando dicen que no es solo una carrera, sino una aventura, no van muy desencaminados.

Primero lo primero.

¿Qué es todo esto de la ÖTILLÖ y el Swimrun?

En la presentación que escribí sobre esta nueva aventura me explayo más (y hay videos para hacerte una idea) pero básicamente el Swimrun es precisamente lo que el nombre indica:

Nadar y correr.

Pero a diferencia de otras modalidades como el triatlón, aquí no lo haces por separado (corres y luego nadas), sino que vas todo el rato nadando y corriendo. Por eso vas con lo puesto: corres con el neopreno y nadas con zapatillas.

Por eso hay cierto material particular que se puede usar. Como las zapatillas en el agua te hunden y no puedes dar bien la patada, se permite usar un pull-buoy (una espuma foam como la de las piscinas) para contrarrestarlo y también se permite usar palas para nadar.

El Swimrun es una modalidad que nació en Suecia con un grupo de amigos, una noche loca y una apuesta:

A ver quién conseguía cruzarse el archipiélago corriendo y nadando de isla en isla con lo puesto.


«Ö till Ö» = «de isla en isla».

Después de esta mini introducción a la aventura, la pregunta del millón:

¿Conseguí acabar la distancia más larga de correr y nadar hecha por mí hasta la fecha, con tan solo seis semanas de entreno previo?

Chan, chan, chan… cue música de intriga.

El resultado

Sí, me vuelvo a casa habiendo terminado ÖTILLÖ Sprint.

Y además, habiéndola disfrutado muchísimo… al menos el 80% de la carrera.

Y encima, no quedé mal dadas las circunstancias (más sobre esto abajo): 45 de 67 en Sprint masculino. Hice 4:21 h.

Digo que no quedé mal «dadas las circunstancias» porque también me vuelvo de Gotemburgo con un doble esguince como un piano que me hice en el kilómetro 17 y me volví a repetir en el kilómetro 20, y que hizo que terminar la carrera fuera sufrido.

Tanto como para cruzar la meta y romper a llorar.

Así llegamos.

Pero llegamos.

Los previos

La carrera era el sábado en el archipiélago de Gotemburgo.

Íbamos Sara y yo. Ella iba a hacer la Experience (8 km) y yo la Sprint (22 km). Los dos con escasas seis semanas de preparación, y los dos con los entrenos programados por la misma persona (yo). Aquello podía salir muy bien, o muy mal.

Volamos el miércoles y la verdad es que aprovechamos muy bien estos días antes de la carrera: Descanso pseudoactivo, precarga de electrolitos, gestión emocional, cuidando mucho la nutrición pre-carrera, preparación de geles, etc.

Me he dado cuenta de lo que disfruto esos momentos previos al evento.

Los nervios, el estar enfocado al 100% en el mindset atlético, visualizando como va a ir, planificando que si geles, que si esto o lo otro, las auto-afirmaciones…

Nos daban picos de nervios según el momento, aunque yo estuve mucho más nervioso el miércoles y el jueves que el viernes, que ya empecé a entrar en la energía carrera y me dejé llevar.

Hubo momentos de estos días que me trajeron recuerdos y déjà vu de aquellas noches en los Alpes, planificando las locuras del día siguiente.

La noche previa a la carrera cenamos fuerte de hidratos (vivan los noodles de arroz y las latas de caballa) e hicimos por irnos temprano a la cama.

A las 5am teníamos que estar en pie para iniciar el trayecto al archipiélago.

El madrugón

El sábado amaneció gris y con viento frío como anunciaban los pronósticos, con rachas de 50 km/h.

Salimos a las 5am del apartamento y después de un autobús y un tranvía, llegamos al puerto de donde salía el ferry hacia la isla. El tiempo de espera al ferry allí fue un poco duro. Íbamos mal equipados para el frío y empezamos a vaticinar una oscura y dura carrera con este tiempo, sobre todo por dos cosas: viento frío y mar levantado.

Esto afectó un poco a la moral.

Pero una vez que cogimos el ferry al archipiélago, ya vimos que el mar no estaba tan mal y que el viento parecía amainar por esa zona.

De hecho, spoiler alert, acabó haciendo un día espectacular («el mejor día del verano«, según los locales).

El ambiente y la energía que empezamos a sentir cuando entramos en el ferry curiosamente también ayudó para relajarnos.

Te ibas fijando en el resto de corredores que también iban a lo mismo, los que estaban comiendo, los que parecían que era su quinta vez…

Y ya cuando llegamos a la isla, la energía flotaba en el aire en todo su esplendor.

Los de la World Series (40 km) habían salido ya y los que llegábamos eramos todos para la Sprint (22 km) y la Experience (8 km).

Hicimos el registro y aprovechamos para hacernos con merchandising a modo de recuerdo, y hacer las gestiones que teníamos pendientes allí (recoger un neopreno, comprar botiquines para llevar durante la carrera, etc.).

Ahí estuvimos muy finos siguiendo los tiempos que teníamos anotados para nutrición, cafeína, cambiarse, calentar, etc.

Me sirvió mucho tener una lista de cosas a hacer/comprobar ordenada por tiempo antes de la salida (“2 horas antes de la carrera”, “1 hora antes de la carrera”, etc.).

La carrera

Llegó la hora de mi salida.

Me coloqué más o menos en la mitad del grupo. Ya aprendí en Ardales que una buena regla es colocarse donde aspiras a terminar.

La carrera comenzaba con una cuesta no muy grande, pero mantenida durante un rato hasta que llegabas a lo más alto de la isla y ya empezabas a bajar por el bosque hasta la bahía al otro lado.

Ahí me empezó a adelantar gente, pero luego vi que recuperaba en la bajada por el bosque y en los terrenos técnicos, donde me vi mucho más suelto que otros, al igual que en los tramos de nadar.

De hecho, llegar al primer tramo de nadar fue súper reconfortante. De repente, me vi en mi elemento y automáticamente empecé a disfrutar.

Ventajas (des)competitivas

El tema de verme muy bien nadando es algo que me gustó mucho constatar.

¿Por qué? Pues no solo por el disfrute, sino porque yo había decidido hacer la carrera sin palas.

Con tan solo 6 semanas de preparación, no había tiempo suficiente para adaptarme a ellas y no había querido arriesgar una lesión. Entonces iba sabiendo que iba a ir en clara desventaja para la natación, porque las palas te dan mucha más velocidad.

Y a pesar de esto, me veía adelantando a gente con palas o manteniéndole el ritmo a otros (también había gente con palas que me adelantaban, claro). Pero sobre todo, haciéndolo «con gusto»: deslizando un montón, llevando muy bien la respiración, muy suelto.

Los tramos de nadar fueron sorprendentemente «gustosos» en ese sentido.

Hubo varias cosas que se me quedaron marcadas.

Una eso, que nadando iba disfrutando porque de técnica iba bien. Otra, que los tramos técnicos para mí eran diversión total. Parecía una cabra saltando de roca en roca. Y otra, que las transiciones tierra-agua y agua-tierra las hacía súper rápidas, pues las llevaba bien entrenadas.

Sin embargo, mi velocidad de carrera era donde flojeaba.

El back and forth

De hecho, hubo una anécdota graciosa con todos estos ingredientes.

Yo iba medio pendiente de los que estaban en mi categoría. Si me adelantaba un equipo o alguien de otra categoría, no le daba mucha importancia. Pero si veía que el color del dorsal era el mío, intentaba apretarle un poco o seguirle el ritmo lo que podía, para no ir perdiendo muchas posiciones.

En un momento dado, hubo uno de mi misma categoría que me adelantó corriendo. Intenté mantenerle el ritmo pero vi que no podía y dejé que se fuera.

Vino un tramo de nadar y yo a lo mío a nadar. Al salir para correr, a los 200 metros lo veo volver a pasarme.

«¿Cómo es posible que me haya adelantado otra vez, si antes ya me había pasado?»

Me quedé con la sensación de déjà vu de Neo cuando ve el gato sacudirse dos veces.

Seguí corriendo y viendo cómo se alejaba por delante… otra vez.

Llego a otro tramo de agua, nado, salgo y de nuevo a los 100-200 metros… ¡veo que me vuelve a adelantar! 🤣

Ya entendí que aunque yo llegara mucho más tarde al agua que él, luego lo acababa cogiendo nadando y saliendo antes o a la vez. Como también hacía las transiciones más rápidas, sacaba tiempo ahí, aunque luego él me volvía a coger corriendo.

Estuvimos así como seis o siete segmentos, hasta que me hice el esguince y tuve que aflojar.

Pero fue divertida la cosa de picarse sanamente con alguien así.

La belleza

Una de las razones por las que quería hacer esta carrera en concreto, es porque ya conocía de la particular idiosincrasia del lugar.

Aquel archipiélago de islas graníticas es una belleza a cada esquina, a cada desnivel que subías, a cada sendero que bajabas, a cada esquina que doblabas, a cada casita sacada de un cuento nórdico que pasabas.

Hacia más de 20 años había visitado el archipiélago de Gotemburgo y sabía que verme de nuevo allí, corriendo y nadando entre aquellas islas iba a ser una pasada.

Ver la isla a la que tenías que llegar a lo lejos y verte llegando nadando hasta ella, atravesando otros islotes pequeños en el camino.

El cielo que se iba abriendo y el sol entrando dotando de vida y brillo todo a tu alrededor.

Subir a lo más alto de una isla para ser bienvenido con unas vistas idílicas del mar y la bahía al fondo; para a continuación tener que bajar por bolos de granito gigantes caídos a un lateral del acantilado, con las olas estrellándose debajo tuya.

Uff…

Fue muy muy épico, como dirían mis niños.

Otra cosa que me llamó mucho la atención fue el mar.

El mar Báltico es oscuro, muy diferente del Atlántico o del Mediterráneo.

Había buena visibilidad, pero las algas eran largas y oscuras (y cuando te metías, te atrapaban los brazos y las piernas). La luz que entraba era oscura. Era muy irregular, a veces estabas en mitad de trayecto de isla a isla con el fondo bien profundo y de frente te encontrabas unas rocas que salían del fondo y sin beberlo ni comerlo, estabas de repente rozando con la barriga algas y sin poder meter el brazo en condiciones (esto me pasó).

Era un mar muy diferente, muy bonito, pero también que te podía imponer si te pillaba con poco bagaje en aguas abiertas.

No pillé gran oleaje ni mareas fuertes, pero sí hubo tramos entre islas menos protegidos y se notaba el mar fuerte. Tragué bastante agua ahí. Tampoco vi medusas de las que pican, pero sí varias blancas grandes (¡y un cangrejo en el fondo!)

Video del Instagram de ÖTILLÖ de la edición 2025 Gothenburg. Copyright ÖTILLÖ, solo reproducido con fines demostrativos.

Sin duda, la experiencia que quería vivir cuando descubrí el swimrun y las carreras ÖTILLÖ.

Iba tan contento, tan disfrutando de cada tramo, de cada paisaje, de cada salida o entrada técnica… que no podía dejar de sonreír, sintiéndome agradecido de poder estar allí viviendo esta aventura, en estado de flow total.

Lamentablemente, esto no duraría toda la carrera.

El declive emocional

Cuando me hice el primer esguince fue cuando empezó la parte emocionalmente dura.

Era el kilómetro 17 de 22, y me lo hice de la forma más tonta imaginable, como todo buen esguince.

Después de estar saltando como cabra por rocas de granito a lo parkour, adelantando gente, saliendo del mar por rocas donde te podías fácilmente quedar con el pie atrapado, escalando acantilados…

…pues me esguincé en un tramo plano de hierba.

Tal cuál.

Llegué de vuelta de Vrångö, la isla sur del recorrido, a un sitio donde a la ida había una señora mayor de la organización a la que le había chocado la mano.

Cuando la volví a ver, me hizo mucha ilusión y pensé en volver a chocarle a mano por si se acordaba de mí. Así que ya iba con la cabeza en otra cosa. Pasé, le choqué la mano y seguí recto, cuando escuché que me gritaban que no era por ahí, sino a la derecha.

Fue en ese despiste que hice un cambio brusco de dirección y se me fue el tobillo entero.

Aún recuerdo el relámpago eléctrico que me atravesó el tobillo.

Y la sensación de incredulidad, de no creerme que me acabara de pasar esto en ese sitio.

Seguida por la sensación de negación, de no tener para nada contemplado que esto ocurriera.

Menos mal que en el pequeño tramo en que seguí cojeando, intentando evaluar la situación, me pude mover rápido a la aceptación.

Así que lo primero que pensé después de transitar todo esto en un instante, y también de cagarme en todo lo cagable, fue…

Ok...

Esto es lo que hay.

Tengo unos 20-30 minutos antes de que el pie se me ponga como una bota de esquí y no pueda ni andar.

Me quedan 6 kilómetros.

Hay que aprovechar que está caliente y seguir corriendo.

Y eso hice.

Seguí corriendo como pude, inicialmente cojeando, pero luego pues más o menos sin apoyar demasiado, un poco más fluido.

En mi vida la lesión que más he tenido han sido esguinces, de todos tipos y colores. Y sabía que este había sido de los gordos, probablemente tipo II, pero hacía mucho que no recordaba tanto dolor después y esa sensación eléctrica.

Así que aunque siguiera, sabía que tenía que andarme con mucho ojo.

Por eso cuando más adelante, bajando por unas rocas en una parte técnica… me lo volví a esguinzar (!!!), fue psicológicamente como echarle sal a una herida en carne viva.

Ahí sí que grité de dolor, pero sobre todo de rabia.

Y ya cuando en el siguiente tramo, me di cuenta de que había perdido la cámara, me hundí todavía a niveles más gordos. No fue lo único que perdí (más sobre esto luego), pero sí que fue lo que más me jodió y con diferencia.

Durante toda la carrera habia ido grabando pequeños clips de vídeo desde la mini cámara que llevaba colgada al pecho, y me iba imaginando lo increíblemente guapo que iba a quedar cuando montara el vídeo como recuerdo de toda aquella belleza y aventura.

Pues a tomar por saco. Voy y a menos de 6 kilómetros de llegar… ¡la pierdo!

Todos estos varapalos seguidos, uno detrás de otro, en cuestión de un kilómetro o así, y con el cansancio acumulado de 17-18 kilómetros a la espalda.

Ese fue el punto emocional más bajo de mi carrera.

Pero seguí.

Las pérdidas

Y me pasó de todo en esos últimos seis kilómetros.

Lo que es perder el foco que había llevado durante toda la carrera.

Perdí el último soft-flask que llevaba de nutrición para la última hora. Así que me vi vendido con seis kilómetros aún por delante (luego me sonrió la suerte un poco y resultó que me quedaba el último avituallamiento por delante donde pude coger el último gel, gracias al cielo di).

Perdí también la taza plegable, que bueno, al menos fue después del avituallamiento, así que no la eché en falta.

Pero de todas las pérdidas, la más épica fue la que me pasó al terminar de un segmento de nadar que llegabas a un acantilado que había que escalar.

La zona para subir marcada con banderas de la carrera estaba colapsada con un equipo que no conseguía avanzar. Así que aprovechando que yo venía nadando más por la derecha, decidí subir a pelo por otro lado. Escalé como pude con mi tobillo y cuando llegué arriba, eché a correr… y me noté algo raro.

Fui a colocarme el pull-buoy en la espalda y veo que la cuerda está suelta.

En ese momento, oigo un grito y un espectador que había allí me está señalando lo hondo del acantilado.

Miro y veo allí abajo a mi pull-buoy alegremente siendo llevado por la marea hacia su ansiada libertad.

Momento Liberad a Willy version pull-buoy.

Fuck.

La bondad

Contemplé rápidamente la opción de destrepar y bajar a cogerlo, pero rápidamente deseché la idea dado el estado de mi tobillo.

Así que le dije “bye bye pull-buoy” y asumí que los segmentos de natación que me quedaban iban a ser más duros.

El pull-buoy en Swimrun contrarresta el peso de las zapatillas al nadar y evita que se te hundan tanto las piernas.

En resumidas cuentas, nadar sin pull-buoy y con zapatillas es nadar tirando de mucho arrastre.

Pero bueno, ya estaba siendo épico y sufrido el final… ¿qué era un poco más a estas alturas?

El hombre me estaba diciendo algo en sueco a lo lejos.

Me encogí de hombros como para indicarle que ahí se quedaba el pull-buoy y me dispuse a seguir. Él me contestó algo en sueco, señalándome con el brazo hacia adelante. No me enteré de nada, pero en aquel momento «entendí» que se refería a preguntar en algún avituallamiento o algo de la organización a ver si tenían alguno para prestarme.

Seguí corriendo aunque no iba muy rápido, porque no podía, pero sí recuerdo que pasó un ratillo cuando de repente noté que me tocaban por detrás.

Me doy la vuelta y es el espectador sueco.

Con mi pull-buoy en la mano.

Oh Dios mío.

Este hombre había perseguido mi pull-buoy por el acantilado…

…lo había cogido, sorprendentemente sin mojarse porque iba vestido…

… ¡y había corrido para alcanzarme y dármelo!

¿Sabes esos momentos de gratitud donde decir “gracias” en otro idioma (o incluso en el tuyo!) es claramente insuficiente?

Pues fue uno de estos.

Quise besarle en la frente.

Solo sabía decirle “tak, tak, tak”.

Seguí corriendo mientras volvía a hacer el nudo y el setup de la cuerda, y ya a punto de terminar la sección de costa y entrar de nuevo en trail y en bosque, me paré, miré para atrás y volví a verlo a lo lejos.

Lo saludé una última vez mandándole toda mi gratitud.

Me devolvió el saludo y seguí.

Creo que recordaré a este héroe sin capa toda mi vida.

El karma

Más adelante tuve la oportunidad de devolver un poco de karma a la fuente.

En una de las salidas del mar en zona rocosa complicada, estaba tan resbaloso por las algas que cuando llegué había otro competidor queriendo salir pero sin poder.

No sé cuánto rato llevaría allí, pero estaba solo y cada vez que se intentaba incorporar para salir del agua, resbalaba y volvía a caer. Algo muy común, por cierto, en muchas de las salidas técnicas, pero esta en concreto era más apretada y no tenía a nadie por delante para echarle una mano.

Fui a salir y obviamente, también resbalé y caí.

Probé saliendo dando un salto en cuadrupedia desde el agua, y conseguí suficiente tracción como para salir de la zona resbaladiza, y con mucho cuidado llegar a lo seco sin volver a resbalar y caer al punto de origen.

Desde ahí, me acerqué al hombre y le ofrecí la mano para sacarlo.

La primera vez solo me pudo coger un poco más de los dedos y volvió a caer.

La segunda ya me consiguió agarrar bien y pude sacarlo del agua, a la vez recordando dolorosamente que tenía un esguince.

Él ya siguió por delante, para quedar en algún puesto por encima en el ranking porque éramos de la misma categoría, pero pude devolver algo del buen karma de aquel anónimo espectador ayudándome con el pull-buoy.

El final

Una vez llegué de vuelta a la isla norte pasaron dos cosas. Una, que se me acabaron los tramos de nadar que me daban un oxígeno increíble con el esguince. Por un lado, me daban un break de tener que usar el tobillo y por otro, la temperatura del mar notaba que me servía.

Una vez en la isla norte, ya era el último tramo: 2.6 kilómetros por asfalto hasta llegar a meta.

Y yo iba ya que no podía más.

Psicológicamente llevaba una encima que me ponía a llorar a la mínima muestra de apoyo y cariño, que por cierto fue increíble recibirlo de toda la gente durante todo el recorrido. Se volcaban apoyando a los corredores y al menos para mí, resultó ser un súper factor.

Pero es que físicamente el tobillo ya me estaba matando y aquí no había break de nadar para darle un respiro.

Fueron los 2,6 kilómetros más largos de mi vida.

Que por cierto, podrían poner cartelitos con «te quedan 1.5 km», «te quedan 1 km», «te quedan 500 m», «¡ya llegas!»… porque a mí aquello se me hizo eterno.

Hasta que empecé a oír la música a lo lejos y ya dije, aquí estamos.

Cuando crucé la meta estaba sonando «Don’t stop believing» de Journey. Momentazo doble épico. Crucé la meta, 4 horas y 21 minutos, vi a Sara a lo lejos y lo único que pude hacer fue abrazarla y romper a llorar en su hombro.

Aquí el momento llegada:

El post-carrera y la carpa «médica»

Después de soltar toda la emoción contenida, lo primero que hice fue cojear como pude hasta la carpa médica.

Allí uno de los dos médicos me explicó que ellos «tenían muy poco allí, y solo para cosas graves» y no me podían atender. Que ya cuando volviera a la ciudad, fuera a una farmacia.

La cara que se me quedó fue un poema.

Vamos, que yo tampoco me esperaba nada más complejo que una rociada de Réflex, o el spray de frío de turno, y un vendaje compresivo. Pero es que ni siquiera llegué a ver la carpa médica por dentro.

Lo mejor es que a Sara, que también tuvo una carrera movida y en una caída se raspó el antebrazo entero, le dijeron lo mismo.

Ni para desinfectarlo oye.

Que por cierto, esta es una historia para otra crónica, pero Sara también terminó su carrera y lo hizo a lo grande: con tan solo cuatro semanas de entreno, habiéndose metido a nadar en aguas abiertas dos veces en toda su vida… y llevando más de treinta años sin correr. Espectacular. Era la primera carrera que hacía ¡y vaya primera que eligió! Guerrera total.

Volviendo al tema carpa «médica», evidentemente he escrito ya a la organización poniendo una queja.

Porque si una carpa médica en una carrera como esta no tiene para atender dos de las lesiones más comunes que pueden pasar con ese recorrido y 630 personas… ¿qué narices de carpa médica es esta? ¿Estamos corriendo sin ningún tipo de cobertura médica? Y encima con los precios de la inscripción que se pagan, que no son baratos.

En cuanto me contesten con las medidas que van a tomar para arreglar esto, actualizaré la crónica.


Continuando con el post-carrera, yo tardé un buen rato en acabar de procesar todo lo vivido y poder conectar con el orgullo y la satisfacción de haberla acabado, en contra de viento y marea.

Pero eventualmente, conseguí llegar a ese espacio y ya el resto del día fue disfrutar del post-carrera, comentar todas las sendas aventuras, disfrutar el ambientazo que había, ponerme redbulls fríos en el tobillo y zamparnos la hamburguesa a las que te invitaban después de la carrera, que supo a gloria (especialmente después de 4 horas a base de gel casero con sabor a limón y jengibre).

Conclusión

Me ha llevado bastantes días integrar toda la experiencia, y aún escribiendo esto, sé que no está 100% integrada aún.

En muchos sentidos y a muchos niveles, ha sido un antes y un después para mí.

No ha sido sólo el reto de la distancia nunca antes hecha. Ni que fuera una nueva disciplina (nunca había hecho Swimrun hasta que me puse a entrenar). Ni tampoco el poco tiempo de preparación. Ni el competir en otro país.

Ha sido todo el proceso.

El programarme yo mismo los entrenos. El hacer filigranas con el tiempo que tenía para ir lo mejor posible. La gestión de la nutrición en carrera. El acabarla contra viento y marea. La entereza mental que surgió para hacerlo…

Por todo esto y más, esta aventura se siente como una consagración atlética personal, que me he currado y ganado a cada centímetro del proceso.

Por eso sé que la integración, aún dos semanas después, todavía no ha terminado.

Un amigo me preguntaba el otro día sobre la carrera y me dijo: «la habrás sufrido bien ¿no?».

Curiosamente, mi respuesta en el momento me sorprendió: «Qué va, al contrario...»

La he disfrutado a tope.

Como quizás no había disfrutado una competición antes.

Evidentemente, acabar los últimos 6 kilómetros con un doble esguince, teniendo que escalar acantilados de granito y bajar dando saltos por rocas hasta la costa… no es plato de buen gusto; y sí que puedo decir que ese final lo sufrí y costó.

Fueron muchos varapalos en muy poco tiempo, y me hizo mella.

Pero no puedo decir que haya sufrido la ÖTILLÖ.

Más bien que la he disfrutado como la aventura espectacular y épica que intuía que sería y que puso en movimiento todo este proyecto.

Parece increíble hoy decir que he corrido la ÖTILLÖ que quería, cuando hace menos de 4 meses estaba viendo los videos y pensando…

«eso lo tengo yo que vivir algún día… quién sabe, quizás para el año que viene…«